domingo, 22 de noviembre de 2015

Los límites. Primeros años, creciendo juntos

Lograr que los límites que ofrecemos sean portadores de
 un mensaje de cuidado hacia el niño, implica no sólo esfuerzo y dedicación
 por parte del maestro, sino además, la adquisición de saberes”.

(Gerstenhaber)

Poner límites es una tarea difícil tanto en el aula como en los hogares.

El porqué de los límites: todos necesitamos límites para convivir en la sociedad, normas, pautas de convivencia. Se debe decir no, a lo que lastima: pegarse, lastimarse con la palabra.

Algunos padres plantean que hay un "malo de la película", uno de los padres representa una autoridad diferente al que no le es necesario repetir el límite para que este sea acatado. Cuando se tiene que repetir muchas veces un límite es donde aparece el enojo y la penitencia aunque el niño llore, grite y patalee.

Para poner límites hay que tener paciencia. Paciencia no entendiéndola como aguantar, sino como una virtud, un don, que permite acompañar al niño no con tolerancia, con un no me importada nada sino con capacidad de espera y buen humor.


Limites por edades: los más pequeños son grandes exploradores no se adapten a los límites, son más curiosos y, por más que se los reten vuelven a hacerlo, por curiosidad.

Los padres sienten miedo de si lo están haciendo bien, si  están poniendo bien los límites.

Cuando se le dice "no toques eso", el niño ya sabe cuál es el no, sin importar su edad, sabe que puede haber algún tipo de castigo. Los niños no entienden totalmente lo que se les dice, pero uno tiene que trabajar con ellos para que en un futuro puedan entender bien los límites.

Los niños más grandes pueden adaptarse a aciertas normas, a ciertas consignas, muchas ya las conocen; un bebé todavía necesita mucho desarrollo del "gesto espontáneo" entendiendo por esto, a ese impulso de hacer que tiene que ver con la curiosidad, con el aprendizaje, con la inteligencia, aún  le cuesta reprimir impulsos.

Todos los niños se rigen por el principio del placer, quieren hacer lo que les gusta, lo que quieren; cuando uno le dice "no", lloran; ¿qué otra cosa va a hacer sino puede irse, si no puede mantenerse solo? Depende de los adultos para vivir. El llanto equivale a palabras no dichas.

La impulsividad primera no significa que el niño se porte mal, sino que es lo que el niño puede; tiene que aprender a negociar, a esperar. No saben compartir aún, piensan que todo lo que tienen es de ellos. En el jardín, se debe tener cantidad de material que pueda darse en caso de que un niño quiera el mismo objeto para disminuir el tiempo de espera que su capacidad psíquica no le permite aún.


El berrinche: los niños buscan hacer lo que les gusta cuando desean y, si no se les permite comienzan a llorar. Los adultos le deben hablar de forma tranquila, diciéndoles que no deben llorar, que van a esperar hasta que se le pase, que se puede hacer de otra forma.

Es diferente expresar un malestar que poner un límite. Muchas veces se le puede explicar de la forma más humana y más cálida posible al niño que lo que está haciendo no lo puede hacer en ese momento, por ejemplo hacer ruido, pero que más tarde lo va a poder hacer. 

Esto implica una pequeña resignación por parte del niño. Sería beneficioso que los padres pudieran construir eso para el chico.

Los adultos son los padres y las decisiones, las toman ellos. Hay niños de 3 o 4 años que hacen berrinches para ver hasta donde reacciona uno, para ver que hace el adulto. Uno no debe jamás enojarse, porque gana quién no pierde el equilibrio; el niño muestra que hay algo que no puede controlar.

Para poner límites hay que: ser claro y específico, en lugar de decirles lo que no pueden hacer, es mejor decirles lo que sí pueden hacer; de una manera positiva. Explicar con pocas palabras el porqué, aunque aún no lo entiendan, van a  ir comprendiendo cuál es el sentido del límite. No se debe atacar su autoestima, hay que desaprobar las acciones y no a los chicos, por ejemplo si un chico le pego a otro, podemos decirle "no le pegues porque le duele" en lugar de decirle "no seas malo".


Explicarles los no: los límites se trabajan durante todo el año. Es muy importante explicarles el porqué, no darles un no tajante. El límite debe ser necesario, corto, preciso y sin enojo.

El límite implica que el niño sepa que uno asume una posición y permanece en ella, de lo contrario, el límite no es límite.  Muchas veces los padres sienten que son malos o que les exigen mucho a sus hijos y dejan el límite que antes pusieron de lado, permitiendo que el niño retome lo que estaba haciendo. El límite debe marcarse cuando uno sabe que lo puede sostener, no amenazo si no cumplo la amenaza y, es mejor no amenazar.


Límites y comprensión: ¿cómo explicarlos?: no podemos hablarle a los chicos de cualquier manera, entrar en comunicación con un bebé es una operación sagrada. Es "bajarse" a la altura del niño para que se sienta comprendido y te entienda. Si se le grita, el niño se aterroriza. Del adulto depende el buen desarrollo del niño. Se debe resolver el conflicto que motivo ese comportamiento, no solo decirle "no se pega" y listo, porque la acción continuará.

El adulto siempre tiene que mantener la palabra, es él el que pone el límite. Si el adulto pone el límite y luego cede ante el pedido del niño, ese adulto pasa a ser una figura que no se respeta como autoridad.

Siempre hay que saber que le pasa al niño, ve si le pasó algo o si se trata de una estrategia para conseguir algo. Decirle "no me hables por 10 minutos" los desconcierta, y esto les permite darse cuenta del valor de la palabra.

Muchas veces los adultos se contradicen entre ellos, por lo tanto es necesario tener un acuerdo previo para poder transmitir un mensaje claro para no confundirlos.

Además, si el límite se cambia constantemente, el niño no sabe que se espera de ellos y se les hace imposible de cumplirlos. Po eso, siempre que la circunstancia sea la misma hay que mantener la misma norma.

Es también, muy necesario brindarles un espacio para tomar decisiones, darles la posibilidad de reflexionar sobre sus propios actos y busquen soluciones.

Los límites deben poder sostenerse con la caricia, con la mirada, con el aliento, con la voz, con la presencia y, con la calma. Poner límites es una tarea difícil tanto en el aula como en los hogares.


El porqué de los límites: todos necesitamos límites para convivir en la sociedad, normas, pautas de convivencia. Se debe decir no, a lo que lastima: pegarse, lastimarse con la palabra.

Algunos padres plantean que hay un "malo de la película", uno de los padres representa una autoridad diferente al que no le es necesario repetir el límite para que este sea acatado. Cuando se tiene que repetir muchas veces un límite es donde aparece el enojo y la penitencia aunque el niño llore, grite y patalee.

Para poner límites hay que tener paciencia. Paciencia no entendiéndola como aguantar, sino como una virtud, un don, que permite acompañar al niño no con tolerancia, con un no me importada nada sino con capacidad de espera y buen humor.


Limites por edades: los más pequeños son grandes exploradores no se adapten a los límites, son más curiosos y, por más que se los reten vuelven a hacerlo, por curiosidad.
Los padres sienten miedo de si lo están haciendo bien, si  están poniendo bien los límites.

Cuando se le dice "no toques eso", el niño ya sabe cuál es el no, sin importar su edad, sabe que puede haber algún tipo de castigo. Los niños no entienden totalmente lo que se les dice, pero uno tiene que trabajar con ellos para que en un futuro puedan entender bien los límites.

Los niños más grandes pueden adaptarse a aciertas normas, a ciertas consignas, muchas ya las conocen; un bebé todavía necesita mucho desarrollo del "gesto espontáneo" entendiendo por esto, a ese impulso de hacer que tiene que ver con la curiosidad, con el aprendizaje, con la inteligencia, aún  le cuesta reprimir impulsos.

Todos los niños se rigen por el principio del placer, quieren hacer lo que les gusta, lo que quieren; cuando uno le dice "no", lloran; ¿qué otra cosa va a hacer sino puede irse, si no puede mantenerse solo? Depende de los adultos para vivir. El llanto equivale a palabras no dichas.

La impulsividad primera no significa que el niño se porte mal, sino que es lo que el niño puede; tiene que aprender a negociar, a esperar. No saben compartir aún, piensan que todo lo que tienen es de ellos. En el jardín, se debe tener cantidad de material que pueda darse en caso de que un niño quiera el mismo objeto para disminuir el tiempo de espera que su capacidad psíquica no le permite aún.


El berrinche: los niños buscan hacer lo que les gusta cuando desean y, si no se les permite comienzan a llorar. Los adultos le deben hablar de forma tranquila, diciéndoles que no deben llorar, que van a esperar hasta que se le pase, que se puede hacer de otra forma.

Es diferente expresar un malestar que poner un límite. Muchas veces se le puede explicar de la forma más humana y más cálida posible al niño que lo que está haciendo no lo puede hacer en ese momento, por ejemplo hacer ruido, pero que más tarde lo va a poder hacer. 

Esto implica una pequeña resignación por parte del niño. Sería beneficioso que los padres pudieran construir eso para el chico.

Los adultos son los padres y las decisiones, las toman ellos. Hay niños de 3 o 4 años que hacen berrinches para ver hasta donde reacciona uno, para ver que hace el adulto. Uno no debe jamás enojarse, porque gana quién no pierde el equilibrio; el niño muestra que hay algo que no puede controlar.

Para poner límites hay que: ser claro y específico, en lugar de decirles lo que no pueden hacer, es mejor decirles lo que sí pueden hacer; de una manera positiva. Explicar con pocas palabras el porqué, aunque aún no lo entiendan, van a  ir comprendiendo cuál es el sentido del límite. No se debe atacar su autoestima, hay que desaprobar las acciones y no a los chicos, por ejemplo si un chico le pego a otro, podemos decirle "no le pegues porque le duele" en lugar de decirle "no seas malo".


Explicarles los no: los límites se trabajan durante todo el año. Es muy importante explicarles el porqué, no darles un no tajante. El límite debe ser necesario, corto, preciso y sin enojo.

El límite implica que el niño sepa que uno asume una posición y permanece en ella, de lo contrario, el límite no es límite.  Muchas veces los padres sienten que son malos o que les exigen mucho a sus hijos y dejan el límite que antes pusieron de lado, permitiendo que el niño retome lo que estaba haciendo. El límite debe marcarse cuando uno sabe que lo puede sostener, no amenazo si no cumplo la amenaza y, es mejor no amenazar.


Límites y comprensión: ¿cómo explicarlos?: no podemos hablarle a los chicos de cualquier manera, entrar en comunicación con un bebé es una operación sagrada. Es "bajarse" a la altura del niño para que se sienta comprendido y te entienda. Si se le grita, el niño se aterroriza. Del adulto depende el buen desarrollo del niño. Se debe resolver el conflicto que motivo ese comportamiento, no solo decirle "no se pega" y listo, porque la acción continuará.

El adulto siempre tiene que mantener la palabra, es él el que pone el límite. Si el adulto pone el límite y luego cede ante el pedido del niño, ese adulto pasa a ser una figura que no se respeta como autoridad.

Siempre hay que saber que le pasa al niño, ve si le pasó algo o si se trata de una estrategia para conseguir algo. Decirle "no me hables por 10 minutos" los desconcierta, y esto les permite darse cuenta del valor de la palabra.

Muchas veces los adultos se contradicen entre ellos, por lo tanto es necesario tener un acuerdo previo para poder transmitir un mensaje claro para no confundirlos.

Además, si el límite se cambia constantemente, el niño no sabe que se espera de ellos y se les hace imposible de cumplirlos. Por eso, siempre que la circunstancia sea la misma hay que mantener la misma norma.

Es también, muy necesario brindarles un espacio para tomar decisiones, darles la posibilidad de reflexionar sobre sus propios actos y busquen soluciones.
Los límites deben poder sostenerse con la caricia, con la mirada, con el aliento, con la voz, con la presencia y, con la calma. 

Una adecuada puesta de límites permite al docente ofrecer a los niños un ambiente seguro y confiable. (…) Los límites que los adultos ofrecen al niño ponen orden en su mundo, aún desordenado, le muestran un camino seguro que podrá transitar y los ayudan a evitar situaciones que pongan en riesgo su seguridad física y la de los otros. Además de la protección física de los niños, los límites, contribuyen a lograr el cuidado de los objetos materiales de su entorno. Sentirse seguro y protegido es una condición necesaria para que el niño pueda jugar, explorar y aprender.” - (Gerstenhaber, pdf, página. 10.)



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